El barbero


El_Barbero

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba.
Como es costumbre en estos casos entabló una amena conversación con la persona que le atendía.
Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas.
De pronto, tocaron el tema de Dios.
El barbero dijo:
– Fi’jese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.
– Pero, ¿por qué dice usted eso? -pregunta el cliente.
– Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. Oh… dígame, ¿acaso si Dios existiera, habría tantos enfermos?, ¿ Habría niños abandonados?. Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.

El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión.

El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio.

Recien abandonaba la barbería, vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo; al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.

Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero:

– ¿Sabe una cosa? Acabo de darme cuenta que los barberos no existen.
– ¿Cómo que no existen? -pregunta el barbero- Si aquí estoy yo y soy barbero.
– ¡No! -dijo el cliente- no existen, porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.
– ¡Ah, los barberos si existen!, lo que pasa es que esas personas no vienen a mi.
– ¡Exacto! -dijo el cliente-

Pedro y el hilo mágico


niños

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La mariposa


Un hombre encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó a casa para poder ver a la mariposa cuando saliera del capullo.

 Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a observar por varias horas, viendo que la mariposa luchaba por abrirlo mas grande y poder salir.

 El hombre vio que la mariposa forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño agujero, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado de forcejear, pues aparentemente no progresaba en su intento.

 Parecía que se había atascado. Entonces el hombre, en su bondad, decidió ayudar a la mariposa y con una pequeña tijera cortó al lado del agujero para hacerlo más grande y ahí fue que por fin la mariposa pudo salir del capullo. Sin embargo, al salir la mariposa tenía un cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.

 El hombre continuó observando, pues esperaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, el cual se contraería al reducir lo hinchado que estaba.

 Ninguna de las dos situaciones sucedieron y la mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Nunca pudo llegar a volar.

 Lo que el hombre en su bondad y apuro no entendió, fue que la restricción de la apertura del capullo y la lucha requerida por la mariposa, para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar.

 La libertad y el volar solamente podían llegar luego de la lucha. Al privar a la mariposa de la lucha, también le fue privada su salud.

 Algunas veces las luchas son lo que necesitamos en la vida. Si la naturaleza nos permitiese progresar por nuestras vidas sin obstáculos, nos convertiría en inválidos. No podríamos crecer y ser tan fuertes como podríamos haberlo sido.

Una mujercita con suerte


campesina

Una mujer pobre tenía la costumbre de ir todas las mañanas a un bosque cercano a su casa para recoger leña, que luego vendía a sus vecinos. Cierto día, encontró bajo un roble un caldero viejo de latón, ya muy oxidado por la intemperie.

―¡Vaya, qué suerte! ―exclamó―. Tiene un agujero, y no me servirá para llevar agua, pero podré utilizarlo para plantar flores.

Tapó el caldero con su mantón y, cargándoselo al hombro, emprendió el camino hacia su humilde choza. Pero empezó a notar que el caldero iba pesando más y más, así que se sentó a descansar. Cuando puso el caldero en el suelo, vio con asombro que estaba lleno de monedas de oro.

―¡Qué suerte tengo! ―volvió a exclamar, llena de alegría―. Todas estas monedas para una pobre mujer como yo.

Mas pronto tuvo que volver a pararse. Desató el mantón para ver su tesoro y, entonces, se llevó otra sorpresa: el caldero lleno de oro se había convertido en un trozo de hierro.

―¡Qué suerte tan maravillosa! ―dijo―. ¿Qué iba a hacer una mujercita como yo con todas esas monedas de oro? Seguro que los ladrones me robarían todo. Por este trozo de hierro me ganaré unas cuantas monedas normales, que es todo lo que necesito para ir tirando.

Envolvió el trozo de hierro, y prosiguió su camino.

Cuando salió del bosque, volvió a sentarse, y decidió mirar otra vez en su mantón, por si el destino le había dado otra sorpresa. Y, en efecto, así era: el trozo de hierro se había convertido en una gran piedra.

―¡Vaya suerte que tengo hoy! ―dijo―. Esta piedra es lo que necesito para sujetar la puerta del jardín, que siempre golpea cuando hace viento.

En cuanto llegó a su casa, fue hacia la puerta del jardín y abrió el mantón para sacar la piedra. Mas, nada más desatar los nudos, una extraña criatura saltó fuera. Tenía una enorme cola con pelos de varios colores, unas orejas puntiagudas y unas patas largas y delgadísimas. La mujercita quedó maravillada al ver que la aparición daba tres vueltas alrededor y luego se alejaba bailando por el valle.

―¡Qué suerte tengo! ―exclamó―. Pensar que yo, una pobre mujercita, ha podido contemplar este maravilloso espectáculo… Estoy segura de que soy la pobre mujercita solitaria con más suerte del mundo entero.

Y se fue a la cama tan alegre como siempre. Y, según se cuenta, lo más curioso es que, desde aquel día, la suerte de esta pobre mujer cambió, y ya nunca más volvió a ser pobre ni solitaria.

A mi madre


Te fuiste de mi lado.
En silencio fue tu partida.
Mi corazón se ha desangrado
por tan súbita despedida.

Tu espíritu luchador
a la vida se aferraba. corroto
Más Dios, desesperado,
a su lado te llamaba.

En ángel te has convertido.
Velando por nosotros estás.
Aguardando que se cumpla la cita
de reunirnos en la eternidad.

Sin embargo, me parece tan lejos…
Quisiera ahora poderte abrazar.
Te busco, te llamo. No te encuentro.
Dime… ¿Cómo me he de consolar?

Tu amor incalculable
mis faltas por alto pasó.
Porque el querer de una madre,
ese, no tiene comparación.

Sé que en el cielo habitas.
Al lado de Dios has de estar.
Aguardaré paciente el día
en que nos volvamos a encontrar.

Entonces será para siempre.
Nada ni nadie nos podrá separar.
No temeré cuando llegue mi momento
pues tu presencia me confortará.

Me esforzaré por ganar el cielo
para no perderte nunca más.
Mientras tanto, guía mis pasos.
Ilumina mi senda, enséñame el camino.

Que tu presencia me rodee siempre
hasta que se cumpla mi destino.

De: http://www.poemas-del-alma.com