Este fenómeno de subir y bajar peso como un yo-yo, se produce por la natural reacción del organismo de compensar el déficit energía que ha tenido que soportar durante la restricción de calorías de la dieta milagrosa.
Para movilizar sus reservas de energía, el organismo utiliza el glucógeno almacenado en el hígado para convertirlo en glucosa, que sirve de combustible al sistema nervioso y a las células sanguíneas.
Como las reservas de glucógeno son limitadas, el cuerpo va a usar las proteínas del músculo, lo que va a producir atrofia y debilidad muscular. Además, durante el proceso de descomposición del glucógeno y la absorción de proteínas del músculo, se pierden también gran cantidad de agua, sales minerales, urea y ácido úrico.
Solo después de unos 10 días aproximadamente de haberse debilitado, nuestro organismo comenzará a utilizar a la verdadera y única culpable del sobrepeso, la grasa.
En torno al 80 % de las personas obesas que quieren adelgazar utiliza alguna dieta milagro. Pero los resultados a medio plazo son siempre desalentadores.
Cuando se abandona la dieta (y hay que recalcar que son dietas que no pueden mantenerse indefinidamente), los sistemas que regulan el hambre y la saciedad inducen un exceso de ingesta de alimentos para compensar las recientes restricciones. Es un primitivo sistema fisiológico de defensa para prevenir la muerte por desnutrición.
Además, cuando el organismo nota la brusca falta de alimento, reduce su metabolismo para intentar gastar menos energía, con lo que se dificulta el adelgazamiento y la dieta debe ser por ello mucho más drástica de lo que sería necesario.
El resultado es que cuando se abandona la dieta «milagro», se recupera el peso perdido y, normalmente, algo más. Pero hay otros inconvenientes. El peso que se ha perdido tan rápidamente es, en su mayor parte, agua y músculo. Sin embargo, un porcentaje elevado de lo que se recupera más tarde, se almacena en forma de grasa.
Pero además está el hecho incuestionable de que estas dietas pueden perjudicar, y a veces gravemente, nuestra salud, pues someten a nuestro organismo a graves carencias nutricionales: vitaminas, minerales…
Por último, el efecto psicológico del fracaso puede hacer que consideremos nuestra obesidad como un problema que no tiene solución. Pero esto no es cierto. La clave está en ponerse en manos de profesionales, seguir dietas razonables que no perjudiquen nuestra salud, realizar una actividad física adecuada a nuestras condiciones y, sobre todo, asumir que nos va a costar cierto esfuerzo y que el cambio debe ser para siempre.