A pesar de que el término permarexia todavía no es aceptado por la comunidad médica, se utiliza para describir un trastorno alimentario que consiste en tener obsesión por lo que se come pensando que todo lo que se ingiere engorda, y llevando a un estado constante de práctica de todo tipo de dietas.
¿Qué la provoca?
Existen ciertos problemas a nivel psíquico o emocional que se relacionan con la obsesión por evitar el consumo de calorías y permiten crear un perfil de la persona que típicamente sufre permarexia u otros trastornos alimenticios:
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Baja autoestima. La falta de seguridad en las virtudes propias hace que la persona dé mayor importancia a su cuerpo y apariencia física. Le tranquiliza apegarse a un modelo o estereotipo socialmente aceptado, ya que esto, piensa, le garantizará aprecio. Teme no gustar o no caer bien por no dar la imagen supuestamente esperada.
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Autoexigencia. Es común que se fije metas difíciles de conseguir, y por ello experimenta frustración continuamente. Suele comparar su aspecto con el de actrices, actores, modelos o cantantes profesionales y, al no igualarlo, experimenta confusión y mal humor. También es común que se imponga normas estrictas respecto a lo que “se puede” comer.
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Pasividad e indefensión. Evita hacer frente a los problemas cotidianos y guarda para sí lo que piensa o siente. Cree que al discutir con alguien o tomar iniciativas puede ocasionar el surgimiento de alguna riña o malentendido que tenga como consecuencia no ser querido o valorado.
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Relaciones sociales inestables. Rehúye comidas o fiestas donde pueda haber platillos “con muchas calorías”. Culpa al anfitrión por no seleccionar un menú menos energético, o tiene actitudes y respuestas agresivas debido a su mal humor.
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No reconoce su condición. Piensa que lo que le ocurre es por motivos exclusivamente alimenticios, y no debido a características de su personalidad que podría mejorar o cambiar.
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Problemas emocionales. Como consecuencia de lo anterior, es habitual que manifieste ansiedad, depresión o inestabilidad de carácter.
Algunos de los síntomas de este desorden son:
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Preocupación constante por conocer y utilizar dietas de forma indiscriminada.
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Dejar de comer alimentos que son necesarios para el organismo, generalmente los carbohidratos y cuando no hay necesidad ni siquiera de restringirlos, ya que el peso de la persona es el adecuado o menor al deseado.
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Obsesión por las calorías que contienen los alimentos.
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Rebotes de yo-yo, constantes, por las subidas y bajadas permanentes de peso, que ocasionan fuertes desajustes en el sistema endocrino de la persona que pueden llevarla a complicaciones fatales.
A diferencia de la ortorexia estas personas más que obsesionarse por los alimentos sanos lo hacen por el contenido calórico de los alimentos y su influencia en la ganancia de peso.
Por tanto este trastorno alimentario puede considerarse como la antesala de la bulimia , la anorexia y los trastornos por atracón. Y es que está bien preocuparse por la alimentación, pero sin llegar a estos extremos y sabiendo y llevando a la práctica las bases de una alimentación sana y equilibrada.
En cierto modo muchas personas podrían considerarse permaréxicas, pero se diagnostica cuando las características descritas anteriormente llegan a extremos obsesivos.
Principalmente afecta a las mujeres, quienes influenciadas por las modas y los medios de comunicación, prefieren evitar los alimentos que tener «unos kilitos de más», aunque en muchas ocasiones esto ni siquiera llega a suceder.
Quizás el aspecto más alarmante de la permarexia radica en que la persona que la sufre no reconoce a su conducta como un problema y, por ello, tampoco adquiere conciencia de que sus hábitos pueden desestabilizar gravemente su organismo.
Someterse a dietas estrictas ocasiona frecuente variación del peso corporal, sin control alguno, y en cada ocasión los kilos que se pierden vuelven a recuperarse, incluso en mayor cantidad (se sufre “rebote”).
Esto, a medio y largo plazo, afecta el funcionamiento de la glándula tiroides (esencial para regular la velocidad con que trabaja el organismo), misma que termina por “acelerarse” y ocasionar hipertiroidismo (nerviosismo, temblores, sudoración, variación del ritmo cardiaco, intolerancia al calor, diarrea, cansancio, debilidad, insomnio, pérdida de cabello y, en mujeres, alteraciones menstruales).
Otras enfermedades que pueden surgir son hipoglucemia o disminución de la concentración de glucosa en sangre (genera sudoración fría, confusión, convulsiones, vista borrosa, nerviosismo, fatiga, pulso acelerado y pérdida de la conciencia), padecimientos digestivos diversos como úlcera gástrica (lesiones en la pared del estómago), o estreñimiento (tránsito intestinal lento) y alteraciones nutricionales por falta de vitaminas, minerales, proteínas e hidratos de carbono.
Finalmente, algunos especialistas consideran que quien sufre permarexia es susceptible de desarrollar otros trastornos alimenticios, concretamente bulimia o anorexia, cuyas consecuencias son deshidratación, desmineralización de los huesos, infertilidad, daño en riñones y, en casos graves, alteraciones en el ritmo cardiaco y muerte.
Si intuimos que padecemos este trastorno lo ideal es acudir con un experto en trastornos alimenticios, nutriólogo o psicólogo, a fin de recibir asesoría, aclarar dudas e iniciar tratamiento.